miércoles, 13 de junio de 2012

GLORIOSOS DERROTADOS EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS Ha habido muchos más derrotados que triunfadores en los Juegos Olímpicos, pero algunos de los que cayeron entraron en esa leyenda romántica de quien fue maltratado por la fortuna. De todos ellos, tres nombres merecen ser recordados: el italiano Dorando Pietri, el americano Ralf Metcalfe y el alemán Lutz Long, tres atletas merecedores del oro olímpico


Pietri cae, exhausto, al entrar en el estadio,
y es ayudado a levantarse
 

En los días previos al inicio de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 parece momento oportuno para recordar a algunos atletas que fueron derrotados, pero no por ello perdieron la gloria, es más, es de justicia que estos deportistas sean reconocidos con tanto respeto y admiración como si el triunfo les hubiera sonreído. 

La hazaña de Dorando Pietri es tal vez la más conocida de las tres. Fue hace nada menos que 104 años, en los juegos de Londres 1908. La prueba del maratón (cuya distancia se fijó aquí) ya era emblemática y por eso levantó enorme expectación. Tras una carrera de menos a más, el menudo fondista italiano Dorando Pietri tomó la cabeza unos kilómetros antes de llegar al estadio, sin embargo, justo antes de entrar se quedó sin energía, de modo que al entrar cayó exhausto, se levantó aturdido, desorientado, y se puso a correr en dirección contraria a la meta mientras el público (que siempre admira y valora el esfuerzo del maratoniano) le gritaba que diera la vuelta, pero él no se enteraba,  viviéndose unos instantes de angustia generalizada hasta que los jueces le indicaron el camino correcto. Pietri dio la vuelta, pero absolutamente agotado y en un estadio en el que ahora reinaba un estremecedor silencio con el público intuyendo la tragedia, más caminando que corriendo, cayó una y otra vez, hasta cinco veces se fue al suelo en los últimos setenta metros, tropezando, cayendo y levantándose, hasta que viéndolo incapaz de llegar a meta, los jueces lo sujetaron por los brazos (uno de ellos era el escritor Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes) y lo llevaron hasta la cinta de llegada. Aquella noche estuvo a punto de morir en el hospital y, lógicamente, fue descalificado.
Pietri es ayudado a entrar en meta
por Arthur Conan Doyle (con bigote)
 

 Sin embargo, cualquier aficionado sabe de Dorando Pietri, pero no de Johnny Haynes, el verdadero vencedor. De hecho, al perder de aquel modo (“gané, pero perdí la victoria”, dijo el propio Pietri), su nombre ha pasado a la historia del olimpismo, mientras que si hubiera ganado sin más, su nombre estaría tan olvidado como el del triunfador.

El velocista estadounidense Ralh Metcalfe posee cuatro medallas olímpicas (1-2-1) logradas en los juegos de Los Ángeles 1932 y Berlín 1936. En los primeros fue segundo en los 100 metros tras su compatriota Eddie Tolan después de interminables deliberaciones de los jueces, pues llegaron a la meta en la misma décima de segundo (10,3) y ninguna foto conseguía separarlos; los árbitros decidieron que ganaría quien antes hubiera pasado la vertical de la meta con su pecho, pero como Metcalfe era más fuerte su pecho tardó más en pasar, con lo que se quedó sin un oro que sin duda merecía. 

Owens (izda.) por detrás de Metcalfe
 en las pruebas de selección para los juegos
 
Peor fue lo de los 200 metros. Quedó tercero, pero se demostró que, debido a un error de los jueces al medir las compensaciones, su calle tenía 201 metros, mientras que la del ganador sólo 198 metros. El potente atleta de Atlanta iba a presentar la correspondiente reclamación, pero como los tres primeros eran americanos (el segundo fue Simpson), los entrenadores y directivos lo convencieron para que dejara las cosas como estaban, pues si reclamaba, la carrera se repetiría y era posible que no ganaran las tres medallas..., además, le explicaron que era muy joven, que ya ganaría su ansiado oro en los siguientes juegos. Y sí, gano el oro, pero sólo en relevos, puesto que en los 100 lisos tuvo que ceder ante el gran Jesse Owens. Injustamente, increíblemente, un atleta de su talla se quedó sin su mayor anhelo: deseaba por encima de todo que el himno americano sonara sólo para él. Su nombre apenas destaca en el palmarés olímpico, pero es sin duda uno de los mejores sprinters de su época y, por lo que puede deducirse, fue una gran persona que demostró un espíritu deportivo absolutamente admirable.
Metcalfe (segundo por la izquierda)
logró su único oro en Berlín 36 en el relevo corto,
 junto a Jesse Owens (primero, izda.


Lutz Long parece volar aquel
 día de 1936 en Berlín
 
Precisamente Owens, el fabuloso velocista que hizo torcer el gesto a Hitler en aquel Berlín de 1936, estuvo al lado de otro perdedor en el más estricto sentido de la palabra. Lutz (Ludwig) Long, un excelente saltador de longitud alemán, era la gran esperanza del Führer para derrotar a aquel hijo de esclavos que recogían algodón. Sin embargo, Long era lo que se dice un buen tipo, por lo que rápidamente se hizo amigo de Jesse Owens. Durante la calificación de salto de longitud, el americano llevaba dos nulos, mientras el alemán ya estaba clasificado para la final; antes de iniciar la carrera de su último intento, el rubio se acercó al negro y le dijo que no arriesgara y que el último apoyo lo hiciera mucho antes de la tabla de batida, pues sospechaba que los jueces, amenazados por los nazis, querían echarlo de la prueba a toda costa. Owens así lo hizo y se clasificó sin problemas. Ya en la final, la competencia entre uno y otro puso a todo el estadio en pie varias veces, pues cada salto del americano era igualado inmediatamente después por el germano, hasta que en su último intento, el siempre sonriente Owens alcanzó los 8,06 metros. Long, desafiando a los jerarcas nazis, fue el primero en acercarse y felicitar sinceramente a su rival y ya amigo.
Long y Owens hicieron
 una amistad a prueba de nazis.
 

 Tres años después de los juegos empezó la guerra, y desgraciadamente Long fue abatido en la batalla de San Pietro, Sicilia, en 1943. Al terminar la contienda, Owens fue a visitar a su mujer e hijo a Alemania, y cuenta la leyenda que se encargó de costear parte de la educación del hijo de su amigo (“todo el oro de mis medallas y trofeos no vale lo que la amistad que hice con Long en aquel momento”, proclamó) y también que cuando fue encontrado muerto (por cáncer de pulmón en 1980) a su lado había una carta sin terminar dirigida a Erika, la viuda de su amigo. Muchos años después, el Comité Olímpico Internacional distinguió el gesto de Long, máximo exponente de los valores deportivos, concediéndole la medalla de Pierre de Coubertin, máximo galardón olímpico fuera del estadio. Lutz Long ha pasado a la historia como uno de los más bellos ejemplos de deportividad y espíritu olímpico, de elegancia en la derrota y de una amistad a prueba de nazis.

Tres grandes atletas que fueron derrotados, pero su grandeza en la derrota les mantiene en el olimpo de los dioses del estadio.     


CARLOS DEL RIEGO

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